21.10.11

Mentes brillantes, alas de oro

Como me resulta imposible física y mentalmente reproduciros los tres días de 16 ponencias en el II Congreso de Mentes Brillantes celebrado en el Palacio de los Deportes, os dejo el video de presentación de algunos de los ponentes. De los que salen este video, en particular brillante Dean Hammer, cercano y amabilísimo Luis Álvarez, entretenido Juan Luis Arsuaga e incendiaria Wang Xiaoping. Punset...  ni fu ni fa. Ya os relataré como me enamoré un poco más de Latouche y como se me cayó una lagrimilla de orgullo y admiración cuando charlé con Shirin Ebadi. Mereció la pena desde luego trabajar de azafata muchas horas sólo para poder verlo y estar cerca de algunos de ellos.




Me ha parecido líndisimo el poema que me ha pasado un amigo mío , y es que la parte de literatura es la que más eché de menos en este brillante congreso, aunque no han faltado las emociones y el amor como parte esencial de algunas presentaciones donde con tanto cerebrito en muchas ocasiones se ha enarbolado la bandera de la emoción por encima de la razón, y es que ¿quién necesita razonar como se aprende a volar?




No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue —y no otra— la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. “¡María Luisa! ¡María Luisa!”... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando. 

Oliverio Girondo 

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